martes, 24 de junio de 2008

Mi primer día en el XXXVII Congreso del IILI (1a parte)

10: 30 hrs.

Habla el rector... escucho, no sin cierta hueva... ¿Cómo negar que toda solemnidad me provoca un hastío enorme? Si alguna vez me he sentido, en verdad, como una criatura salvaje en cautiverio, es justo ahora.

Las multitudes me repugnan, el bochorno me enerva. Todo esto es como mirar un montón de moscas arremolinándose sobre un cadáver...

No hay mejor momento para sentirse fuera de lugar.

Los olores humanos empiezan a ascender hasta mi nariz... sí, estoy ligeramente asqueada... pero supongo que debo acostumbrarme a ese tipo de inconvenientes cuando todos los que me rodean son humanos. Porque, aun cuando yo misma me desprecio un poco por ello, no puedo evitarlo. No soy una diosa ni nada por el estilo, soy tan imperfecta y repugnanate como el resto... pero ese no era el punto.

Vuelve una idea, una de esas ideas que son como agujas, o sólo una aguja, de tocadiscos, tal vez... sí, una aguja que rasga una y otra vez mi carne que se mueve como en círculos, persiguiéndose siempre, mi carne cíclica...

Pero siempre pierdo el hilo y eso es conveniente para olvidar, a ratos, mis obsesiones.

Alguna vez pensé en la gloria, el reconocimiento y todas esas cosas... blablabla... como Aquiles, buscaba la inmortalidad, y creí que la tinta sobre el papel me ayudaría a obtenerla... después esa tontería se me fue olvidando... poco a poco me han ido invadiendo otros anhelos, específicamente uno muy intenso: la muerte... y sigo creyendo que mis garabatos me ayudarán; tal vez me ayuden más para esto que para sobrevivir... No lo sé...

Nada de lo que escribo tiene sentido...

Algo que sé es que no serviría de escriba... todo el tiempo viajando en vez de concentrarme...

Habla Margo... Glantz, creo... de la ortografía de los nombres no sé nada... Habla, sí, de Jean Potocki, el del Manuscrito encontrado en Zaragoza... ése que se suicidó... pienso otra vez en las obsesiones, la obsesión, mi obsesión... ¿acaso yo también pasaré semanas puliendo la bala que habrá de incrustarse en mi sien? Antes debería aprender francés, italiano, portugués, alemán, sánscrito, griego, latín... y luego escribir 7 versiones distintas de carta suicida... O tal vez deba visitar 7 ciudades y ensayar 7 veces mi muerte... no sé... Tal vez lo único que de verdad necesito es que él* sea Orfeo, que descienda por mí a los Infiernos**, pero no tendría que mirarme, o no serviría de nada...

Es gracioso cómo mi divague puede, de repente, asirse de eso que habla con su dulce voz Margo... Aunque ahora habla de los judíos y los nazis, pero no, eso no me importa... en cambio Freud, él sí, seguro estaba tan enfermo como yo... qué importa...

Qué manía esta de no poner atención, a diferencia de los recitales... será que las palabras me parecen tan superfluas, incapaces de darme la respuesta de nada... irónico, ¿no? Si ellas son mi refugio, mi laberinto... sí, eso son... porque, aunque quiera, no podré escapar de ellas, moriré en su centro como el minotauro que soy.

Ya no puedo continuar... la mirada se me escapa una y otra vez hacia la gente que está abajo y cada instante ella, quien habla, atrae más mi atención por sus alusiones, para mí, golosinas de erudición que engullo indiscriminadamente... Al final, Bremen, Hermes (ciudad y agencia de viajes, respectivamente)... todo me recuerda a todo (Drácula, hermetismo, cosas que no sé bien cómo sé... e - t - c...) y me voy dando por vencida... es imposible el escape... vuelvo, siempre vuelvo... soy esclava de mis ciclos...






*El Lobo
**Aunque yo no sea Eurídice

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