viernes, 22 de agosto de 2008

La muerte me da vidas perpendiculares [Parte tercera]

Ya sé, ya sé... tengo un serio problema con la continuidad...

Hace más de dos semanas debí terminar esto, pero está la escuela y otros tantos motivos que se oponen a mi extrañísima vocación de bloguera... A pesar de eso, necesito terminar esta saga rara... de lo contrario tendría que borrar las otras dos entradas relacionadas... :)




Dos Libros

Novelas, autores, editoriales, prisas, angustias, temor a que, justo a esa hora, llueva.

La muerte me da es una novela que ya he manoseado y con la que me deleité hace no mucho. El Licántropo cree que por mi voracidad no saboreo los libros debidamente, pero se equivoca, todo se reduce a una cuestión de práctica.
Los capítulos delirantes, la poesía de A. P., mi simpatía enferma hacia el asesino misterioso que escribe con sangre o barniz de uñas o lipstick... Hasta la fotografía de la portada negra es seductora aunque nunca me hayan convencido las gafas tipo mosca. Recuerdo que leía por la noche, cuando el silencio me invadía por todas partes y mi ritual cuasi-gastronómico-libresco me llenaba de una ansiedad catártica. Estoy loca, loca... soy una lectora llena de filias raras.

Alice y Alí comentan dicho libro en el auditorio Elena Garro (¿llevará comillas?).
Luego Cristina dice casi nada... es mejor leer, definitivamente... nunca nada resulta tan placentero.

Vidas perpendiculares aún no tiene la desdicha de ser engullido por mí; esperaba comprarlo si llegaba el puestecillo de Anagrama, pero no llegó. El Doc-direc y RMGarcilazo son los encargados de decir algo sobre el libro anfibio de Enrigue, como ya dijo que odia que designen a sus engendritos (aunque nunca podré saber si era en serio, por su marcada tendencia al sarcasmo...).

Las palabras se fugan y luego...




Casi Paparazzi

La culpa es del Licántropo. Tiene una manía extraña de fotografiar todo... Entro en el juego, todos entramos en el juego y terminamos viendo lucecitas por todos lados: fantasmas.

Yo solía escapar de las fotografías, no fuera a perder un trocito de mi ya de por sí escurridiza alma... Pero luego vino el reconocimiento, la vanidad, el narcisismo... y al final, la pérdida absoluta... No importa, supongo que hay menos de qué preocuparse: salvación y condenación por fin desaparecieron de la lista de prioridades... Ahora lo que importa es el vértigo, como el del flash de la cámara...

Sonrío... no es que no sepa hacerlo, pero posar mostrando los dientes no me resulta cómodo... es como si temiera que alguien notará en mi rostro la inconfundible mueca cargada de misantropía.

En fin: sólo son cientoveinticincomilnovecientastreintaysiete fotos, hay que aguantar un poquito.




Finalizando

Nos perdimos del brindis y los bocadillos.
Entre dedicatorias erróneas, dibujitos extraños, plática, plática y más plática, se pasa el resto, el final de la jornada...

Alguien sugiere café, pero mi cerebro decidió apagarse automáticamente al notar la coda... aunque la coda no vendría hasta mucho después. Emigramos en busca del café, pero todos están sumamente cansados, es especial Cristina y Álvaro (viajar desde la Capital del Caos y de regreso nunca es tarea sencilla), que se retiran, una más graciosamente que el otro. Sólo las sombras esperamos por la dosis de cafeína.

Mis recuerdos del día se remontan a la noche anterior y ya una oscuridad nubosa anuncia la lluvia contenida por el cielo todo el día. Muero de ganas de llegar a casa y arrancarme el disfraz de tramoyista, las zapatillas tan lindas... quiero desordenarme el cabello y dormir... estoy exahusta...

Las despedidas no pueden retrasarse más... ya todos muestran impaciencia en sus ojos de oveja moribunda...

Es hora de dispersarse, Fugarse... sí, creo que esa es la palabra adecuada...
Hay que caminar bajo la llovizna pintada del naranja de los faroles y respirar porque todo salió tan bien...







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